click sobre las imágenes para leer las notas

Tapa del N° 7
Tapa del N° 7

TAPA DEL N° 6

TAPA NUMERO 6
TAPA NUMERO 6

Tapa del N° 5

Tapa de octubre 2010
Tapa de octubre 2010

TAPA DEL N° 4

TAPA DEL N° 3

TAPA DEL N° 2

TAPA DEL N° 1

DESCARGAS

Todas las notas para descargar
Notas Octubre 2010.doc
Documento Microsoft Word 122.5 KB

DESCARGAS

Notas Noviembre 2010
Notas Logos N 7[1].doc
Documento Microsoft Word 112.5 KB

DESCARGAS

El gaucho mal entretenido o la tramposa construcción empírica del saber tradicional latinoamericano.

Lic. Aída Toscani

 

La realidad muestra cómo cada uno de nosotros acciona enancado a una matriz de pensamiento. Este es un marco referencial a partir del cual se interpretan los distintos fenómenos sociales ocurridos a lo largo del tiempo, y es, desde ese lugar, que se buscan las respuestas que exige el presente.

Cada generación, cual precioso don, entrega a la generación que le sigue toda la experiencia construida de derrotas o triunfos pero también de aquellas situaciones indefinidas, desde la cual se trabajan los consensos. Eso es el sabertradicional.

El saber tradicional es una matriz de pensamiento, es una construcción social que elabora su andamiaje sostenido en el tiempo y desde el cual se acciona. El lenguaje está atravesado por este constructo que le da una significación que denuncia desde donde se habla, desde donde se expresa. Aparecen así esos grandes diferenciadores como son la raza, el sexo, las clases sociales. Según desde donde se emitan las palabras estas cobrarán mil sentidos y mil significados.

La historia de nuestro continente tan bello, tan diverso, tan iluminado de colores, muestra una larga lucha de muchos siglos por alcanzar la libertad de expresar todas sus potencialidades originales, liberándose de los sistemas opresivos. Siguiendo el hilo del lenguaje advertimos sobre quienes cayó con más fuerza el sistema coercitivo y desde qué palabras buscaron definirlos y fueron obligados a definirse ellos mismos con los conceptos, y desde la mirada, del opresor.

Es entonces, desde el análisis del concepto de indio, de gaucho y de populismo, y el tratamiento que recibieron, cómo pueden descubrirse los mecanismos utilizados para la dominación de las grandes mayorías populares en América latina.

En la América colonial, el sistema productivo se organizó alrededor de la mano de obra indígena, a la que se agregó más tarde la mano de obra esclavizada que fuera traída de África. Las formas de producción, sobre todo en la parte de la minería, utilizaban un bagaje tecnológico muy pobre, por lo tanto el éxito de los resultados descansaba sobre la explotación laboral del indio.

A través de la palabra el conquistador buscó legitimar y justificar una explotación inhumana.

La conquista del europeo a los pueblos originarios de América provocó un quiebre en las formas tradicionales de producción (los indios utilizaban formas comunitarias y el europeo individual). Estas dos matrices de pensamiento tan disímiles empujaban a los españoles a decir de los indios "son perezosos y proclives al ocio y llenos de vicios"

La palabra pereza fue debilitando las certezas que se construyen desde el saber tradicional y la dura y permanente represión que acompañaba la palabra completó el trabajo. Sin embargo la Historia muestra que las experiencias que señalan los caminos hacia la libertad no desaparecen. Entran en períodos como de letargo pero cuando las coyunturas son favorables renacen de entre los pliegues de la memoria que se retrotrae al saber tradicional. El ejemplo más contundente es la figura del presidente de Bolivia, Evo Morales, un campesino indígena a quien la tradición le confirió una experiencia de más de 500 años de luchas, y que sobre ese enorme bagaje están hoy construyendo una nueva Historia.

El gaucho vago mal entretenido

En esta parte del análisis, y siguiendo el hilo de la Historia del trabajo, indagamos lo que ocurrió en la campaña rioplatense y el papel que jugó el lenguaje en esta estructura. El camino es buscar cuáles fueron las estrategias utilizadas por los sectores dominantes para disciplinar los sectores más pobres de la población. Este proceso lo inscribimos en un tiempo definido por Braudel como "la larga duración" porque abarcó varios siglos.

Aquí es preciso realizar dos preguntas: ¿Qué palabras utilizaban los dueños de las grandes estancias en el Río de la Plata para nominar y describir a quienes, según su propia convicción, estaban destinados a trabajar para ellos? ¿Quiénes se hicieron eco de ellas?

La campaña rioplatense, hasta finales del siglo XX, fue descripta por la Historia Académica según lo que decían, reclamaban, y relataban quienes detentaban el poder económico, político y militar en el período colonial y también después una vez lograda la independencia. A estas fuentes se agregaron los relatos de los viajeros, quienes no sólo tenían una mirada cargada de etnocentrismo sino que esta se acompañaba de claros intereses económicos y también políticos, pues muchos de los viajeros consultados eran ingleses.

La construcción del dato empírico, con los cuales se construyó esa imagen tan peyorativa, tan negativa del campesino rioplatense -léase gaucho- se realizó a partir de documentos emitidos por los alcaldes de Hermandad, los Comandantes de Fuertes o Sargentos de Milicias, los Cabildantes, lo gobernadores, y todos ellos que, además de autoridad política, eran los dueños de los principales comercios y/o de las grandes estancias en cada región.

Desde estas voces, desde estas ventanas, la pampa se describió como un inmenso espacio igual a sí mismo, por donde, plenos de la misma libertad que representaba el paisaje, hombre solos y de a caballo la recorrían de manera incesante. Sus escasas necesidades se resolvían carneando alguna res, siempre ajena y trabajando muy esporádicamente para satisfacer sus vicios como tabaco y aguardiente, gustos estos que lo obligaban a ingresar al circuito comercial pero por poco tiempo.

El gaucho, o gauderio, en todos los documentos se lo nombra como "vago mal entretenido". En ningún documento se reconoce que fueron ellos la mano de obra imprescindible para poner en producción un litoral que para fines del siglo XVIII comenzaba a crecer económicamente, empujado por la demanda del mercado europeo.

La caracterización tan peyorativa del habitante de la pampa se reafirmará en el pensamiento de Sarmiento y con él aparece la palabra "Bárbaros" contraponiéndolos a toda idea de civilización. Alberdi también los desechará negándoles toda posibilidad de que, con ese tipo de población, se pueda implementar un proceso de expansión económica. "Haced pasar el roto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de nuestras masas populares, por todas las transformaciones del mejor sistema de instrucción: en cien años no haréis de él un obrero inglés que trabaja, consume, vive digna y confortablemente"

Surgen investigadores como Garavaglia, Amaral, Gelman, Mayo, que al analizar fuentes diferentes de las tradicionales-nombradas anteriormente- descubren que el gaucho era un campesino asentado en tierra no propia que cultivaba trigo y tenía unos pocos animalitos. La mejor paga la recibía cuando participaba en la siembra y cosecha del trigo y cuando realizaba las tareas de juntar los animales para luego marcarlos. Esta realidad convierte al Río de la Plata en una región inserta tempranamente en formas de producción capitalista a diferencia del resto de América Latina que funcionaba utilizando formas serviles. Otro de los trabajos era acompañar una tropa de carretas o de muías hacia el norte (Córdoba, Salta , Jujuy) o hacia el oeste (San Juan y Mendoza). Los hombres llevaban una vida muy itinerante, de gran movilidad. Fue la mujer, alrededor de la cual se estructuró la familia criolla, quien se encargaba junto a los hijos de sostener la producción campesina.

El modelo productivo que se implemento a partir de la segunda mitad del siglo XIX, basado en la gran propiedad y el valor especulativo de la tierra como bien de rentas y no de trabajo, se ejecutó a partir del aniquilamiento de las naciones indias, el avance del ferrocarril y la transformación de las familias campesinas en peones rurales como mano de obra de las grandes estancias. Las tareas de disciplina-miento social -papeleta de conchavo mediante- había culminado con éxito.

Populismo: Conceptualización e interpelaciones.

En los finales del siglo XIX cuando se impone el modelo hegemónico del puerto de Buenos Aires, estructurado alrededor de una economía liberal y un modelo productivo agroexportador, se articularon acciones para su exitosa implementación.

La población tradicional de nuestro país, construida tras dolorosa síntesis en cientos de años que estructuró la Argentina criolla, fue desechada para cumplir papeles protagónicos en el nuevo modelo que funcionaba en el área Litoral de Argentina. Al "bárbaro" de Sarmiento y al "gaucho" de Alberdi lo reemplazaron con los millones de inmigrantes entrados al país entre finales del siglo XIX y principios del XX.

El sustrato criollo quedó hundido y silenciado por la historia liberal europeizante pero reaparecerá vigoroso en la construcción de ese fenómeno tan particular y latinoamericano como fueron los gobiernos populares y antimperialistas de Lázaro Cárdenas en México, Getulio Vargas en Brasil y Juan Domingo

Perón en Argentina.

La tarea fundamental para quienes trabajan con las Ciencias Sociales es desempolvar ese viejo y permanente, protagonista de la historia: el actor social. Esos que con tanto cuidado los centros académicos de los países centrales buscan ocultar. Accionando con los instrumentos adecuados es preciso analizarlos, a fin de mostrar con eficacia la manera como trabajaron sobre su realidad. En este contexto se encuadra la búsqueda que lideran investigadores que intentan categorizar y describir a los denominados gobiernos populistas de América Latina utilizando otras formas de análisis, dado que los métodos tradicionales no permitieron dimensionar la riqueza y complejidad de todos ellos, con lo cual se restó trascendencia a la construcción de experiencias participativas a lo largo del siglo XX y que con nuevo vigor reaparecen en el presente.

El término populista está cargado de juicios negativos y nunca fue utilizado por los gobiernos a los cuales se atribuye la denominación pues ellos se definen como gobiernos nacionales y populares.

El populismo reaparece, en los discursos de políticos y economistas liberales asociados a los sectores dominantes, como el peligro que siempre acecha a sus intereses en América Latina. Tanto los sectores de derecha como los de izquierda denostaron de estas construcciones de las grandes mayorías en Latinoamérica y fue la élite intelectual quien se encargó de difundir las posiciones críticas, desde los grandes centros académicos.

Ernesto Laclau desde un análisis del discurso ideológico busca "rescatar al populismo de una posición marginal en el discurso de las Ciencias Sociales". Para alcanzar estos objetivos explica que se hace necesario repensar determinados atributos de esa categoría, como por ejemplo, su vaguedad doctrinaria, atribuible a falta de racionalidad. (Laclau 2005: 34) Y se pregunta: ¿la vaguedad de los discursos populistas no es consecuencia, en algunas situaciones, de la vaguedad e indeterminación de la misma realidad social? Para concluir que "el hecho de ser vago es la condición para conseguir significados políticos relevantes" pues estos resultan de "actos perfomativos dotados de racionalidad propia" (Laclau 2005: 32). ¿Qué ideas dan sustancia para considerar al populismo como un proceso falto de racionalidad? La presencia del miedo frente al accionar de las masas está muy claro en el texto de Martínez Estrada al describir el 17 de octubre de 1945. "Aparecieron con sus cuchillos de matarifes en la cintura, amenazando con una San Bartolomé del barrio norte. Sentimos escalofríos viéndolos desfilar en una verdadera horda silenciosa" (Martínez Estrada, 1956).

Los movimientos "nacionales-populares aparecen y continúan apareciendo en América Latina en cuanto el grado de movilización rebasa la capacidad de los mecanismos de integración" explica Germani. Esta realidad sucede en los países donde actúan grupos recientemente movilizados que entienden el ejercicio político a través de democracias limitada "como un mero instrumento de dominación de las minorías" (Germani, 1977:35).

Siguiendo por el hilo del lenguaje, que hablan los estratos de dominio y el de los que se intenta dominar, encontramos una encrucijada interesante cuando entramos en el análisis, en las interpretaciones e interpelaciones de los gobiernos populistas clásicos latinoamericanos. Estos son Lázaro Cárdenas en México (1934-1940), Getulio Vargas (1930-1945 y 1950-1954) en Brasil y Domingo Perón (1946-1955) en Argentina.

La cuestión recurrente en el análisis de los gobiernos nombrados es "la problemática relación entre las masas y la élite, incluyendo dentro de ella a la élite intelectual a la que pertenecen los académi-cos."(Mackinnon y Retroné, 1998:15) Una explicación plausible la acota Germani -crítico de los gobiernos nacional-populares- cuando afirma que "los movimientos de masas y los regímenes que establecen, tienen carácter autoritario, este atributo no predispone en contra a las masas recién movilizadas. Sí, limita sobre todo, los derechos individuales de la clase media y de los intelectuales, pues cuando la libertad de expresión es atacada son los intelectuales los que la sufren" (Germani, 1977:35)

Los distintos enfoques con una mirada muy crítica y de menoscabo a lo que fueron las construcciones populares de América Latina, coinciden en definir a las masas trabajadoras como masas manipulables. Ya no son ni perezosos ni vagos, ahora son manipulables por un líder demagógico, que los aleja del camino revolucionario o del desarrollo, según de quien sea la mirada.

La categoría construida por Gino Germani en la década del 50 desde una interpretación funcionalista fue reproducida por quienes enfocaban la problemática desde una perspectiva marxista.

Así una vez más la élite dominante y la élite intelectual desnaturalizaban y producían menoscabo sobre construcciones sociales originales de Latinoamérica configuradas desde la cultura tradicional. El resultado fue un duro retroceso en la historia de libertad de nuestro continente pues frente a la derrota de los movimientos populares se implemento el modelo neoliberal que reemplazó el mundo del trabajo por el mundo financiero.

Hoy, retomando esas experiencias de liberación, los pueblos de América Latina presentan respuestas absolutamente originales construidas a partir de su saber tradicional, el único que rescata todas las experiencias de lucha para revertir el modelo neoliberal, estructurado e implementado desde los países centrales. Las herramientas utilizadas por las metrópolis de turno, fueron en especial el endeudamiento y el accionar de los centros académicos, que a través de una difusión mediática de sus engañosas verdades repetidas en una espiral infinita quisieron imponer el pensamiento hegemónico sin matices, sin diferencias, donde el interés individual y del mercado era quien regía los destinos del mundo. Hoy se advierte el firme y unido posicionamiento de los actuales gobiernos de Argentina, Chile, Brasil, Paraguay, Uruguay, Solivia, Venezuela, Cuba, Nicaragua y el presidente en el exilio de Honduras, actuando contra el accionar de las políticas imperialistas de Estados Unidos. Esta vieja estrategia de unión de América Latina, sostenida por quienes impulsaron su independencia como San Martín, Artigas, Bolívar y tantos otros, muestra a una América Latina que ha recuperado los dones de la tradición y, desde este antiguo pero a su vez renovado conocimiento, podrá transitar un seguro camino hacia la libertad.

El asesino de gauchos

Por Rafael Restaino

El más grande genocidio

 

Es sabido que de la mezcla de indígenas, españoles y portugue­ses, en la existencia libre y bravía del inmenso territorio del Río de la Plata, surgió el gaucho. Muchos verán de este español desertor, que se entrega a la vida libre de la campaña, una figura romántica y lo describirán barbudos, delga­dos, viriles, rudos, sobrios; hábiles en la doma de caballos cerriles, en voltear la res a bola o lazo; diestro en el manejo del cuchillo y baquea­no para muchas cosas. Ese es el tipo de gaucho que se recrea, ese es el gaucho que tienen como imagen los fortines y que suelen pasear los 10 de noviembres con ricas y valiosas prendas y atavíos de plata y oro en sus caballos paseanderos. Una verdadera payasada; una imitación a los estancieros, en todo caso. No nos queremos detener en este punto. En esta oportunidad queremos utilizar este espacio para recordar que este poblador de la campaña fue el que sufrió las mayores injusticias, arbitrarie­dades y con él se cometió uno de los más grandes genocidios. Lo considero mayor que el producido con los indígenas.

Un hombre envenenado de crímenes

 

Nos basta recordar a Hormiga Negra, Juan Moreyra o Martín Fierro para tener una idea clara que todo lo que tiene un aire de libertad, de ser, de estar vivo, molesta, irrita y desata el deseo de acabar con ello. Veamos a ese cazador que dispara contra un ave o contra un hermoso ejemplar de ciervo. De alguna manera está disparando contra aquello que no puede ser: volar o ser hermoso. Algo así sucedió con el gaucho que hizo que las principales autoridades de la ciudad (los que tienen el arma) le tuvieran odio y decidieran cazarlos. Lo hicieron por medio de leyes depresivas, el sistema de levas y el servicio de fronteras; un verdadero castigo a esa libertad que ostentaba el poblador de la campaña. Esos cazadores de gauchos no fueron otros que Mitre, Sarmiento, Alsina, Elizalde, Rivas, Sandes, Arredondo y lo hicieron de todas las maneras  posibles. Aunque se destacó decididamente uno de ellos: el masón Domingo F. Sarmiento. Este será el mayor cazador de gauchos. Es el hombre que tiene un odio racial, instintivo, que lo convertirá en un hombre envene­nado de crímenes.

Despotismo   o barbarie

 

Hemos nombrado a varios integran­tes del partido Unitario que se dedicaron a la exterminación del gaucho, pero el ideólogo principal, el autor intelectual de los principales crímenes contra el fue Domingo F. Sarmiento. Él fue quien estimuló la aristocracia de la ciudad con verdadero salvajismo, con tremenda represión que podemos decir que el verdadero apotegma no era Civilización o Barbarie; sino Despotismo o Barbarie. Porque indudablemente como se puede probar, Sarmiento aplicó contra este habitante de la campaña un verdadero despotis­mo cargado de un odio inusual. Podemos enumerar los crímenes de Sarmiento que se aplican despiadadamente en Caseros, donde firma fusilamientos y ahorcamientos con la pluma de Rosas; en los asesinatos inspira­dos y decididos por él como el de Nazario   Benavides,   el   cruel   e imperdonable   asesinato   del general Peñaloza, los que se produjeron   después   de Pavón o a lo largo de la llamada guerra de Triple Alianza que más que una guerra contra el Paraguay,  fue  una guerra para matar todo lo que olía a gaucho    en nuestro   país. Nadie   asesinó más   gaucho que    este unitario    y asesinó por su índole  perver­sa,   porque tenía   sed   de sangre, porque   en   el fondo  era   un cobarde   que no se animaba a entrar en un combate y mirar frente a frente a su   enemigo. Pero nos detene­mos sólo en esos crímenes, ya que creemos    que existieron   otros contra el gaucho tan o más tremendos que los físicos.   Entre   ellos   el hecho   perverso   de   no querer   convertirlos   en ciudadanos, sino programarlos como parias; el no educarlos para darles medios de vida, darles el título de significación social, y podemos continuar; pero vamos al que creemos que es el princi­pal: a sabiendas que nunca podría imponerse al pueblo, decidió fraccionarlo y luego producir el enfrentamiento de una fracción contra otra ¡He aquí el gran tema, la piedra sillar del asunto! El tema que nos permite explicar en gran parte porque somos como somos. Explicar porqué la caída de Rosas no produjo civilización, ni la caída de los caudillos, ni la de Yrigoyen, ni la de Perón; y explica la razón por la cual, sin ánimo a exagerar, hemos titulado de esa manera a nuestro apunte.

Cine: El Padrino o la Esencia del Poder

Lic. Ariel Ortiz Avilés

Tendría  4 o 5 años cuando  mi padre solía  meterme de prepo en algún cine donde proyectaban  películas prohibidas para mi edad. Recuerdo escenas  de violencia y algo de sexo en filmes de   Harry el Sucio con Clint Eastwood, Bullit con Steve McQueen y El Padrino I de Francis Ford Coppola. Escenas fuertes para todas las edades  y  aún hoy para el más pintado.

El tiempo transcurrido  me  ayudó a procesar y comprender el significado de aquellas escenas que aparentemente no guardaban importancia alguna y sin embargo contenían la esencia de las eternas preocupaciones de la filosofía, la política, la historia, la gastronomía…

Me ayuda reflexionar  en voz  alta ante mis alumnos del Profesorado de Historia. Tal vez  en una de las escenas del Padrino I de Coppola se encuentre  la síntesis de  la esencia del poder. Paso a describirla: Michael Corleone  espera sentado con las manos en los bolsillos  en el jardín de la casa paterna durante pleno invierno neoyorquino. Papá Marlon Brando acababa  de ser baleado y permanece medio muerto en el hospital. De repente,  el inolvidable  y eterno   gordo Clemenza  (Richard Castellano)  interrumpe la calma  y llama al menor de los  Corleone  porque  aguarda en el teléfono  la entonces  joven  Diana Keaton. Michael entra a la cocina y los muchachos, la tropa de soldados de la familia,   esperan   sentados  mientras vigilan  con las armas  a punto. Clemenza  les está preparando la pasta. Al Pacino habla con su novia por teléfono, ella le dice que lo ama y   él  le responde fríamente. Corta y Clemenza le reclama en forma burlona  que  diga que la ama, con vos aflautada  y algo chistosa. Acto seguido,   el incondicional Clemenza –con la camisa a punto de explotar, pelado, feo pero fiel como nadie en el mundo- le enseña  su  preciado secreto : “algún día tendrás  que cocinar  para los muchachos”. Y comienza a explicar: “Empiezas friendo ajo con un poco de aceite. Entonces echas pocos tomates y los fríes, asegurándote de que no se pegue. Luego añades salchichas y albóndigas .Y un poco de vino. Y un poco de azúcar. Ese es mi secreto”.

Luego de echar azúcar en la olla para mitigar la acidez del tomate –los que vivimos solos debemos saber estos trucos culinarios- se pasa el dedo por la boca. El mayor de los hermanos,  Sonny, (James Caan) interrumpe y menoscaba  las enseñanzas de  Clemenza. La prepotencia y el impulso enceguecen a Sonny  porque no tiene  indudablemente  el DON  para ejercer el poder. Clemenza sutilmente reconoce esta condición en Michael. El Poder  no podrá  ser ejercido por cualquiera. Es la escena más significativa de la mejor trilogía mafiosa  que se haya filmado. En algunas  transmisiones  televisas suelen cortar esta  escena siendo seguramente la síntesis de la transición del Poder del Padrino a su más importante heredero. Es el recorrido del solitario  hombre en  Estado de Naturaleza  -es decir, Michael en el jardín- que ingresa  a la organizada horda de cazadores.  El resto de las situaciones y personajes que rodean  el eje de la trama conforma un conjunto de trazos que abarca cuestiones vinculadas al origen de la tragedia y la religiosidad.

¿Qué es el Poder? ¿Quiénes pueden ejercerlo? Estos serían los interrogantes más importantes de la Teoría Política, que se renuevan cotidianamente en las entrelíneas del diario de la mañana.

Un tenebroso personaje de la historia argentina reciente supo decir por televisión: “El Poder es Impunidad”. Para los fines inmediatos que  perseguía, sus favorables vinculaciones con el Menemato, la riqueza acumulada a expensas de la sociedad, era obvio que funcionaba  así. Pero el Poder no se remite al control de los mecanismos de acumulación de riquezas. Eso es momentáneo y transitorio. Es vulnerable a los vaivenes del mercado. No dura.

En algún tramo de la accidentada historia de la Europa de fines del siglo XIX y principios del XX, algún alemán se detuvo a reflexionar acerca del origen del poder desde las profundidades oscuras de las cavernas paleolíticas hasta la Modernidad. Este alemán  -Max Weber-  solía decir, entre otras cosas, que el Estado Moderno no era sino  la expresión más racional y burocratizante del ejercicio del monopolio de la violencia. Deseaba  consolidar un “materialismo institucional” como decía Portantiero, para  responder al auge y difusión de la obra de  Marx en la Alemania post-bismarckiana.

Volvamos a la cocina de Clemenza.

Me ha llevado años comprender el significado de la escena descripta. En realidad, en las otras dos partes de la trilogía podríamos reconocer otras reflexiones de Coppola. Por ejemplo, en El Padrino II, Michael Corleone le enseña a su leguleyo hermano postizo   Tom Hagen: “si algo enseña la Historia, es que se puede matar a cualquiera”. ¿Qué cosa, no? No recuerdo haber leído algo similar en mi  viejo libro de Ibáñez de  la  escuela secundaria.

El  resto de las discusiones en las que podamos participar es pura superficialidad. Es humo e imbecilidad. Los que hacen de la ostentación del Poder un ejercicio evidente de cierta impunidad pierden de vista un requisito fundamental para su esgrima: la Austeridad. Desde los ’90 hemos asistido   sin  interrupción al  surgimiento de personajes farsantes que tras el rótulo de políticos o empresarios solían  regodearse en flamantes palacetes y segundas esposas, como gatos capones en mullidos sillones.

Las decisiones más importantes  surgen  en las cocinas del Poder, en el intimismo de  sus cuatro paredes, estimulando los  cinco sentidos   con los colores y el olor de las verduras cortadas que compondrán la salsa, los condimentos  indispensables   que fueron en el pasado una de las excusas para restablecer las rutas comerciales entre Oriente y Occidente, el sonido de la ebullición del agua con  la  sal, la pasta al dente … los componentes simples  e indispensables  para comenzar a tomar decisiones sobre nuestras vidas.

 

EL GUACHO Y EL GENERAL

Roberto Iriarte

 

La situación es la de un argentino en Madrid que se pone a hablar con el busto del General Pezuela, general perdedor en los tiempos del virreinato.


Y bien, general Pezuela, hay que saber perder en la vida. De alguna manera fuimos enemigos y hemos peleado muchas veces (esas mañanas frías en la escuela rural), usted desde los libros de historia y yo desde mi infancia cruzábamos las espadas para herirnos, pero creo que va siendo hora de hacer las paces, venga que le ayudo a enrollar su rojo pabellón.
Pero ,cómo son las cosas ¿no?
Lo más probable es que usted, como general perdedor, no tenga aquí en Madrid una estatua como la gente y con su nombre, que lo eternice en el frío del bronce que atraviesa las edades.
A usted lo mandaron para allá a liquidar a los revoltosos, especialmente al indigno San Martín, quien, para los libros de la historia futura, tenía un nombre más potable que el suyo, francamente y dicho sin ánimo de ofensa. Fíjese, Don José de San Martín, todo un verso por sí mismo, en octosílabo de la más pura estirpe hispánica. Y que rima con paladín, claro.
En cambio usted, querido amigo, supuesto que se llamara también José (no me acuerdo de su nombre), alcanzaría, no lo niego, a llenar un octosílabo: Don José de la Pezuela. Pero no suena muy bien, ¿verdad? Y cuáles son sus rimas: muela, suela, cazuela. No, con ese nombre usted no podía llegar a ser un paladín, su derrota estaba determinada de antemano por razones eufónicas . Lo suyo era, pues, enrollar el rojo pabellón antes al viento desplegado.
Por eso usted no tiene una estatua aquí en Madrid, ni tampoco en su aldea natal, seguramente. Porque usted fue perdedor y los perdedores se olvidan. Usted, que era de este bando, no tiene estatua y se ve obligado a arrimarse a este mugriento bronce de la Plaza de Cascorro. San Martín, que era del bando enemigo, la tiene aquí en Madrid y hay otras por Cádiz o Sevilla. Porque era un vencedor, y a los vencedores los respetan en este mundo desacomplejado, le digo. Le digo pero no comprende nada el general, sólo entiende el castellano de sus pares o el de los gauchos y los indios. Entonces:
Permitidme señor que me dirija a vos en la lengua fronteriza que usaron mis ancestros.
Y güeno, general, soy gaucho, y quiero darle guasca a este asunto de entenderme con usté.
Usté, mi general, que a lonjazos iba cuando lo redotaron los criollos. Usté iba montao a medio bozal, yo lo estaba bichando dende la altura de un mangrullo, y juía tan juerte y fiero que mesmo parecía llevar enancada una luz mala.
Y güeno, amigo Pezuela, aunque la cosa vaya mesturada, qué lindura ¿no le parece? poder hablar en crestiano con usté.
Me vine a estos pagos madrileños medio engolosinao, y ando por aquí de puro bagual. Campeando un cariño maver si nos acollaramos. Se llama Eugenia la chiruza. Lindazo el nombre, ¿no?
Vea, soy un foráneo, amigazo, pero de buena laya. Un gaucho de los de endenantes, de los que pelearon contra usté. De ésos que llevaban en sus venas la sangre que el presidente Sarmiento quería pa regar las pampas, porque él nos odeaba, como odeaba también a los españoles y a todo lo que no juera alemán o inglés; él quería poblar las pampas con ingleses y alemanes pero le falló la cosa, porque al final el país se le enllenó de italianos, turcos y judíos.
Gaucho de los de endenantes, mi nombre es Juan, de apelativo Bravo, pero no se me asuste ni recule, ando desmontao, no tengo ni caballo ni facón, apenas un cuchillito moto pa cortar el naco de los vicios.
Viera el cebruno que montaba allá en mi tierra, al galopar era una luz prendida. Aquí uno anda pobre y de sotreta, y tristón   por no poder hallar a la chinita Eugenia.
Pero tengo un entripao con usté, mi general Pezuela, y se me hace que usté también lo tiene conmigo. Dende chiquito me enseñaron a dispreciarlo, porque usté era de la laya de los enemigos que llamábamos godos. Usté no nos quería libres y tuvimos que correrlo del pago a chuzazo limpio, y aúra que la lluvia y el tiempo nos han acollarao no sé cómo pedirle las disculpas, seguro que usté durante todo el tiempo que pasó dende entonces anda juntando herrumbre, no como estatua, claro, le estoy hablando al hombre. Soy persona pacífica, como endenantes le dije, ando por estos pagos desmontao y sin facón. Pero si a usté no se le ha ido entoavía la rabia, si quiere peliar, peliemos. Si la ocasión no es güena y le hace frío yo le empriesto mi poncho y no se aflija, que hasta al cuchillito moto se lo empriesto. Yo, amigazo, pa cobrarme tengo de sobra con el cabo 'e mi rebenque.
De no, podemos hablar de pingos. El caballo, compadre, es la única patria de verdá que tuvo el gaucho, porque tuito lo demás ha sido siempre de los que vinieron quién sabe de ánde. En un caballo uno podía ir cambiando de sitio, asigún molestara a los demás con su presencia. Irse campo ajuera, ande lo llevara el viento. ¿Compriende, aparcero? A caballo, uno siente que es alguien, dueño de la tierra que pisa y de los ríos que atraviesa. De a pie, todo resulta ajeno o emprestao. Afiguresé entonces la situación de su amigo, en Madrid y a pie y sin poder hallar a la chinita.
No digo usted pero sí sus soldados, general, violaban a las indias y luego las dejaban, sin querer enterarse de que quedaban empreñadas. Ahijuna los trompetas. Y las indias parían bajo los árboles, al frío y al calor, sin un trapo siquiera pa limpiar a los huaschitos que nacían. Esos changuitos huaschos éramos nosotros, y crecíamos entre indios, dispreciaos por ustedes y por ellos, porque teníamos la piel medio vareteada y con olor a crestiano. Los indios pa vengarse formaban un malón, invadían las poblaciones, robaban hembras blancas y las empreñaban. Y de ahí también nacíamos nosotros, con la piel vareteada esta vez al revés pero igualmente dispreciaos por ustedes y por ellos.
Y ansí no teníamos ni padre ni patria ni cosa alguna que se les pareciera. Ser gaucho era un delito, como decía el compadre Martín Fierro. Pisando siempre tierra ajena y de carta de más en todas partes dende chiquitos nos íbamos aficionando al caballo pa ser libres, y a la vihuela pa cantar las desdichas.
Usté y yo, compadre, somos casi astillas del mesmo palo en sangre y en desdichas, y perdone si lo ofiendo.   
Si por esto quiere que peliemos, cite nomás que en la cancha que usté diga lo esperaré pa que arreglemos las diferencias.
Pero áura que le he mentao las afrentas ya podemos ser amigos pa toda la vida y hablar un poco de caballos si ansina lo desea. Por allá se comenta que usté montaba un mancarrón, un malacara medio tuerto. De lo cual colijo, general, que usté era un chambón pa los caballos. Mucha montura, rebenque con mango 'e plata q'era un primor, pero, de montar bien, nada. Y ansina no se gana una guerra, don Pezuela.   Por eso perdió países enteritos, y las tierras no jueron ni suyas ni de los gauchos, ni de los indios , y aúra, tanto usté como yo, andamos en pelotas (...).


Roberto Iriarte


Aviso legal | Política de privacidad | Mapa del sitio
El contenido de esta pagina puede ser reproducido citando la fuente.